viernes, 7 de diciembre de 2007

Literatura

La literatura es el cauce más adecuado para relatar la vida del alma humana y para representar los significados del mundo en el que vivimos: para explorar con palabras los latidos más hondos y más auténticos de nuestras experiencias.
Pero, para escribir literatura -para vivir la vida de esa manera tan intensa-, como afirma Antonio Muñoz Molina, hemos de mirar con la mirada del mirón, del testigo impasible, del observador morboso. Hemos de observar como lo hace el cirujano que abre nuestras carnes para extirpar las malformaciones, el relojero con su lente de aumento en el ojo guiñado, como el microbiólogo que se asoma al visor del microscopio para ver los cuerpos invisibles, como el forense, como el eremita que pasa mucho tiempo en su retiro sin hablar con nadie, y que, cuando vuelve temporalmente a su ciudad, descubre registra modificaciones que la mejoran o la depravan. Hemos de mirar con una mirada que taladre la frivolidad y detecte los signos reveladores de aquellos hechos que el interlocutor quiere esconder o no sabe que esconde detrás de sus palabras. Hemos de mirar, en resumen, como el miope que tiene necesidad de acercarse, y como el místico, que sólo ve cuando se aleja.
La materia prima de la literatura es la realidad inmediata contemplada desde el fondo de nuestra propia vida. La materia de la literatura es la vida humana.

martes, 27 de noviembre de 2007

Leopoldo de Luis, siguiendo a Jean Paul Sartre, solía repetir que un escritor sólo supera al tiempo si es plenamente fiel al suyo. Él llamaba a esa integración "respirar por la herida", queriendo decir con ello que la poesía sólo podía ser la escritura de un sentir producido por el inevitable enfrentamiento con su mundo. Jorge Urrutia en si "Introducción" a En resumen. Antología poética (1946-2005), Sevilla, Fundación José María Lara, 2007

sábado, 2 de junio de 2007

Experiencia vital

Concebimos, explicamos y aplicamos la literatura como un cauce que nos conduce a una experiencia de la vida más “vital”, más consciente, más intensa, más plena y más humana. Leer y escribir literatura es vivir, paladear, saborear, exprimir cada objeto y cada episodio.

La literatura es, sobre todo, una manera de mirar para descubrir la sustancia de los objetos, traspasar los límites sensibles a los sucesos, desnudar de disfraces y de caretas a las personas, penetrar en el fondo oculto de la mente, trascender las apariencias engañosas de los gestos, interpretar el significado de las palabras, apropiarse de las esencias de los objetos, crear y recrear paisajes, construir y reconstruir mundos.

Por eso, la calidad de la obra literaria depende, más que de la habilidad de la mano, de la agudeza de la mirada; más que de la finura del pincel, de la fuerza transformadora de las sensaciones y, más que de la agilidad de la pluma, de la capacidad creadora de la imaginación, de su poder incisivo para desentrañar los misterios de cada día.

No se oponen, por lo tanto, literatura y vida, ya que constituyen dos ámbitos mutuamente implicados e interdependientes: cada uno de ellos determina y explica la naturaleza y el significado del otro.

Los modelos literarios funcionan en la medida en que definen e interpretan, exteriorizan y objetivan los rasgos profundos más o menos conscientes de los lectores de una determinada sociedad y momento históricos.

Las obras literarias formulan de manera plástica los valores y los contravalores sociales, las aspiraciones y frustraciones de las diferentes comunidades y grupos. Pero debemos tener en cuenta que esos modelos literarios no se limitan a repetir miméticamente los grandes mitos inventados por la poesía sino que influyen, en cierta medida, en la configuración de la realidad social entera.
Afirmamos que la sociedad no sólo se encuentra impregnada por la creación cultural, sino que ella misma “es” creación cultural.

La visión de la Literatura es sintética y sincrética. Se considera como un proceso complejo, poliédrico y polivalente: como un lenguaje artístico, elaborado con los instrumentos que proporciona una lengua, dotado de un singular poder para llenar de significados múltiples a todos los seres de la naturaleza y a todos los elementos de la cultura; provisto de una extraordinaria capacidad para extraer los sentidos profundos de las acciones humanas y para crear modelos originales de mundos alternativos.

Parte de un doble supuesto:
a.- La Literatura es un producto lingüístico interpretable y valorable mediante los diferentes instrumentos teóricos y metodológicos que proporcionan las diferentes disciplinas lingüísticas -Fonética y Fonología, Morfología y Sintaxis, Lexicología y Semántica- en sus distintas orientaciones histórica, descriptiva y aplicada.
b.- La elaboración y la recepción de los textos son los resultados de unos procesos complejos en los que intervienen el autor y el lector; ambos procesos están determinados y son explicables por los múltiples factores de índole psicológica y sociológica, insertos todos ellos en un espacio histórico y cultural.
Apoyándose en Habermas, Apel y Ricoeur, concibe y aplica la hermenéutica como una opción que toma en serio al “contexto histórico” e, incluso, a la “ubicación social” y como alternativa tanto al fundacionalismo como al relativismo total. El análisis de la “ubicación social” insiste en la necesidad de prestar atención explícita a las cuestiones de sexo, raza y clase en toda interpretación literaria
[1].
Aunque se refiere tanto al “texto” como al “discurso”, pone especial énfasis en este segundo concepto para evitar en lo posible los presupuestos idealistas o puramente culturalistas de la categoría “texto”. El “discurso” exige siempre atención a las realidades explícitas o implícitas de poder en la emergencia de sentido y de conocimiento. El “discurso” significa no sólo, como afirma Benveniste, “que alguien dice algo a alguien”, sino que, además, pide la atención y la participación de ese alguien. Esta concepción hermenéutica se extiende más allá de los antiguos modelos psicoanalíticos y marxistas para llegar a una forma de análisis del discurso que se ocupe de las cuestiones del sexo, de la raza y de la clase.


[1]Véase Richard J. Bernstein, 1983, Beyond Objectivism and Relativism: Science, Hermeneutics and Praxis, Filadelfia, University of Pensylvania Press; Richard Hollinger (ed.) 1985, Hermeneutics and Praxis, Notre Dame, University of Notre Dame Press; Price R. Wachterhauser (ed.), 1986, Hermeneutics and Modern Philosophy, Albanym State University of New York Press.

martes, 29 de mayo de 2007

Literatura y vida

Corriendo el riesgo de banalizar nuestra propuesta, afirmamos que la literatura es una lectura profunda de la vida y la vida, si la vivimos de una manera intensa -más consciente, más plena y más humana- constituye una manera de hacer literatura.


Evitamos esa tentación de concebirla replegada en su esencia y encerrada en su torre de marfil. Creemos que la literatura se debe impregnar de esa realidad compleja, cambiante y polivalente que es la vida humana.

La base y el horizonte, el punto de partida y la meta son la averiguación sobre el sentido de la vida y la investigación sobre el significado de la existencia humana.
  • Por eso, detrás de todas las preguntas sobre la Literatura hemos de escuchar el clamor de la exasperación que nos cuestiona el sentido último de este “circo”, de esta “farsa” o de este “juego” de procedimientos: ¿es la literatura una broma o, por el contrario, un desafío?

    Nosotros ponemos especial énfasis en el hecho de que la literatura, además de estudiada y disfrutada, puede ser sentida, experimentada y vivida. El literato, por una senda diferente a la del filósofo o a la del asceta, camina hacia la búsqueda del sentido de la vida.

    Los tres son protagonistas y un poco artesanos de sus destinos y de sus caminos en el conjunto de su existencia. Por eso, a veces, sus vidas son más inspiradas y más elocuentes que sus textos. La vida tiene sentido para quienes toman su existencia en sus propias manos, para quienes hacen de ella, de algún modo, una obra literaria o, en general, una creación artística, en vez de abandonarse a sus ocupaciones vanas o fútiles.

    La vida queda transformada por la acción de las palabras y las palabras se transforman por la vida. El drama de la enseñanza de la Literatura durante cerca de un siglo ha sido la falta inicial de contacto entre el uso peculiar de los procedimientos lingüísticos y las palpitaciones reales de la vida concreta de los escritores y de los lectores:
  • la explícita despreocupación de esas vidas que eran aclaradas por las palabras y de esas palabras que, en cierta medida, alcanzaban sentido gracias a la vida, a la vida real y concreta del hombre o de la mujer reales y concretos.

    ¿Cómo hacer que las nociones literarias y la vida se entiendan? Descubriendo el espacio que la vida reserva para la literatura y el lugar que la literatura cede a la vida. Hemos de esforzarnos por mostrar el camino por el que la vida se acerca a la literatura; hemos de trabajar denodadamente por llenar el hueco, el abismo ya terriblemente abierto entre literatura y vida.

    Si aplicamos estas ideas al análisis de las obras literarias comprenderemos cómo cada género literario se diferencia de los otros, sobre todo, por el tipo de vida que ha dado origen. Hemos de partir del supuesto de que no se escribe por exigencias literarias sino por la necesidad que tiene la vida de expresarse, de explicarse y de comunicarse.

    En el origen común y más hondo de los géneros literarios está la necesidad que la vida tiene de dibujar unos seres diferentes de sí o de apresar criaturas huidizas y vidas alternativas.

    La literatura expresa y apresa la vida; revela sus entrañas en un doble y complementario movimiento: el de distanciamiento de sí y el de la búsqueda de un soporte que la sostenga y la aclare.

Su supuesto es, como el de toda salida -como le ocurre al filósofo o al asceta-, un profundo descontento y una aspiración esperanzada: el descontento de lo que todavía somos y la aspiración de lo que pretendemos ser. Sin un profundo descontento, no saldríamos de nosotros mismos.

La aventura es, efectivamente, una de las claves que explican nuestras inquietudes, nuestros esfuerzos y nuestros sufrimientos. La aspiración esperanzada nace del descubrimiento de la posibilidad de que alguien escuche nuestra voz y lea nuestros textos.

Nuestras palabras son gritos que tratan de encontrar un interlocutor atento. El lenguaje, aún el más irracional, el llanto mismo, nace ante un posible oyente que lo recoja con respeto y lo interprete con interés. Opino que la mejor manera de apoyar su fecundidad y de asegurar su supervivencia es la de ayudarle a salir de sí misma.

La literatura nos ofrece una senda por la que nos salimos de nosotros mismos para situarnos ante algo que pretendemos asimilar, ante alguien con quien queremos convivir y, sobre todo, ante la vida humana que, simplemente, estamos dispuestos a vivir.

La literatura nos sirve para acercarnos y para alejarnos de la realidad, para penetrar en nuestro interior y para contemplarnos desde fuera. Nos hace -pensar y reflexionar, -sentir y emocionarnos, - disfrutar y sufrir, -llorar y reír, -y, en cierta medida, nos puede ayudar para que humanicemos nuestras relaciones, -aunque a veces la usemos para deshumanizar la sociedad.
La literatura nos puede ayudar a defendernos
  • de los ataques de la vulgaridad estética de la sociedad y de la brutalidad política de los poderosos,
  • de la ordinariez ambiental y de la crueldad institucional.
El origen común y más hondo de los géneros literarios, nace en la necesidad que la vida humana siente de expresarse o, dicho de una manera más concreta, se origina en ese ansia honda que, a veces experimentamos, de dibujar unos seres que, parecidos o diferentes a nosotros, expresen nuestras recónditas aspiraciones.
Principios teóricos
En nuestro análisis emplearemos sólo cuatro principios que, apropiándonos indebidamente de una nomenclatura filosófica, podríamos denominar
  • “principio de identidad”,
  • “principio de contradicción”,
  • “principio de transferencia” y
  • “principio de contigüidad”.
Principio de identidad
Las obras maestras constituyen las pruebas de que la literatura es la vida. La literatura es una manera de vivir, es la misma realidad o, al menos, una manera de la realidad. Las dos figuras de la novela son símbolos poéticos en los que se refleja el diálogo de un alma con la existencia humana.
La vida humana es la asunción y la superación de una esencial paradoja: la vida se define por la muerte y la muerte por la vida; la literatura es la constatación de la paradoja humana: un puro misterio de contradicción.
Principio de contradicción
La razón profunda de la sorpresa que nos generan estas obras literarias es la fuerza con la que muestran esa contradicción vital como, por ejemplo, la lucidez de la locura, la verdad y el engaño, la belleza y la fealdad, la bondad y la maldad. Desde esta perspectiva podemos afirmar que el procedimiento fundamental y permanentemente presente en todas las creaciones literarias es la paradoja.
Principio de transferencia
La función de la inteligencia humana y, por lo tanto, de su instrumento fundamental, el lenguaje, es dotar a todos los objetos, movimientos y acciones, de significados: su papel consiste en transformarlos en significantes portadores de diferentes significados.
Mediante esta operación específicamente humana hacemos que una cosa sea otra cosa; la literatura es el instrumento con el que explicamos el poder humano para mostrar cómo las realidades se hacen humanas cambiando de naturaleza y de funciones: las palabras se convierten en cuchillos y los cuchillos en palabras.
Los molinos, por ejemplo, son, efectivamente, gigantes y Aldonza es una encantadora princesa. Rescatamos así el valor de la “imagen” -comparación, metáfora- como factor decisivo en la constitución y en la definición de la literatura de todos los tiempos y de los diferentes géneros, corrientes y estilos.

Las palabras vacías

En nuestra práctica cotidiana de la conversación podemos comprobar cómo las palabras son unos recipientes amplios que, como si fueran cocteleras trasparentes, cada interlocutor, al pronunciarlas o al escucharlas, las llenan y las vacían permanentemente de diversos significados personales.
El valor de las palabras depende, en gran medida, de la huella afectiva que le produce al que la emplea la realidad a la que aquélla se refiere. Las múltiples experiencias de los hablantes y las diferentes circunstancias que concurren en sus vidas, determinan que los objetos, los sucesos y las palabras que a ellos se refieren, se tiñan de colores, adquieran sabores y provoquen resonancias sentimentales que, no lo olvidemos, constituyen el fundamento más profundo de sus juicios, de sus actitudes y de sus comportamientos.
Las palabras las vivimos o las malvivimos, nos nutren o nos enferman.Las palabras poseen un fondo permanente, que es el que figura en los diccionarios, pero, además, se llenan de esos otros significados emocionales que son mucho más importantes y más poderosos.
Son valores que los enriquecen y los convierten en eficaces instrumentos de la construcción y de la destrucción del cada ser humano y de la sociedad.
  • ¿Qué sentido tienen, por ejemplo, las palabras “mar”, “río”, “montaña”, “valle”, “hombre”, “mujer”, “niño”, “anciano”, “amor” u “odio”?

  • ¿No es cierto que las palabras, poseen unos sentidos diferentes que se los damos los hablantes y los oyentes, cuando establecemos la comunicación, cuando integrándolas en la cadena de un discurso, las usamos como vehículos para transmitir nuestras ideas, nuestras sensaciones o nuestros sentimientos, como vínculos para unirnos, como látigos para agredir o como pistola para matar?
La palabra “mar” no significa lo mismo pronunciada por un pescador de Barbate, por un pasajero de un trasatlántico de lujo o por un cordobés que veranea en Conil de la Frontera. Los vocablos, efectivamente, no están completamente llenos hasta que los pronunciamos y los escuchamos.
Es entonces cuando las palabras adquieren sustancia humana, calor vital y vibración emocional, de la misma manera que las cuerdas de una guitarra sólo expresan sensaciones, sólo transmiten sentimientos, cuando unos dedos maestros las acarician.
Pero también es verdad que algunas palabras pueden estar vacías, son las que carecen de contenido humano: no nos hieren, no nos envenenan ni nos matan, pero nos aburren, nos hastían y pueden hartarnos, enojarnos e irritarnos.
Son canales de meras flatulencias que, quizás, desahogan a los que las emiten, pero nos aburren a quienes las escuchamos. Las palabras, para que sean humanas, han de estar vivas, han de latir y tener temperatura. Hablamos y escribimos con experiencias y con imágenes, más que con gramáticas y con diccionarios.

lunes, 28 de mayo de 2007

Escritores y estudiosos


Con mayor frecuencia de lo deseado, leemos algunos comentarios despectivos que, recíprocamente, se dirigen los escritores y los estudiosos de la literatura. Unos y otros marcan sus respectivos terrenos, se miran con cierto desdén y mutuamente se reprochan desconocimiento, torpeza y, a veces, presunción.
Los escritores se jactan de su originalidad, de su libertad y, en ocasiones, de su genialidad; los estudiosos presumen de su ciencia, de su rigor y de su agudeza crítica.
En nuestra opinión, este distanciamiento, que viene de antiguo y tiene su origen en unos injustificados prejuicios originados por rivalidades pseudoprofesionales, genera unas consecuencias negativas tanto para los unos y como para los otros, y, lo que es más grave, perjudica a sus respectivos públicos que, en cierta medida, son los mismos.
Si esta proverbial y mutua incomunicación debilita la enseñanza de la historia y el aprendizaje de la crítica literaria, -excesivamente teóricas e inconsistentes-, y si margina la creación, que se valora como un simple medio de juego y de distracción, sin duda alguna, los mayores perjudicados son los alumnos y los lectores en general.
Hemos de reconocer que todos somos un poco responsables de que la creación literaria y las tareas académicas estén divididas en compartimentos estancos que no se comunican entre sí, y de que, además, trabajen de espaldas a aquella realidad que se salga del estricto ámbito de sus afanes inmediatos.
Quizás unos y otros no sean conscientes de que la comunicación fluida nos enriquece a todos ni de que los mayores beneficiarios son los alumnos y los lectores. Deberíamos copiar el modelo de algunos autores ejemplares como, por ejemplo, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Pedro Salinas, Gerardo Diego, Carlos Bousoño, Manuel Alvar, Antonio Prieto, José Luis Tejada, Tomás Albaladejo, Esteban Torre, Isabel Paraíso, Jacobo Cortines, Manuel Ramos, Ana Sofía Pérez Bustamante y tantos otros, que compaginan las tareas de la escritura y los afanes de la enseñanza y de la investigación, sin dar síntomas de esquizofrenia. La habilidad literaria no impide ni dificulta el estudio profundo de los textos sino que, por el contrario, lo fundamenta y lo potencia. Recordemos que la enseñanza y la investigación sobre la literatura se han de apoyar en la “filología”, en el amor respetuoso y vehemente a la palabra.Reconocemos que algunos profesores, con sus análisis enrevesados, enigmáticos y pedantes, han dado ocasión para que los escritores contemporáneos menospreciaran sus toscos y rutinarios comentarios y que desconfiaran de ese aparato críptico que suelen manejar.
Es verdad que a esta ojeriza han contribuido notablemente los excesos de las tendencias últimas de la Teoría de la Literatura, que han alumbrado un metalenguaje hermético e ininteligible fuera de los círculos universitarios, más allá de ese reducido plantel de iniciados que emite solemnes sanciones. Pero, sería exagerado e injusto abominar de toda una tradición crítica por las torpezas de algunos comentaristas.
Tampoco podemos llegar a la conclusión de que la desidia intelectual o la pedantería de algunos profesores invalidan ese arte y esa técnica que han cultivado eminentes y cualificados “lectores” que, desde aquellos padres venerables de Alejandría llegan a nuestros días.
Es cierto que para elaborar una obra original, un poeta no necesita conocer demasiada teoría, pero también es verdad que tampoco le vendría mal dominar el funcionamiento de los mecanismos del lenguaje literario, conocer el secreto de sus resortes y acercarse, de vez en cuando, a los que se dedican a la fascinante tarea de sumergirse a las profundas aguas de la teoría literaria para interpretar las complejidades y para valorar los apasionantes enigmas de la belleza.

domingo, 27 de mayo de 2007

Los libros

La cuestión no es coleccionar muchos libros, ni leerlos, ni siquiera memorizarlos, sino digerirlos. ¿Se han dado ustedes cuenta de la reacción generalizada de rechazo que provocan los “eruditos”, esos señores que dan la impresión de ser diccionarios andantes, libros de citas, recopilaciones de fechas, repertorios de lugares o, incluso, prontuarios de ideas?
Y es que los libros, a pesar de los elogios que le dedican permanentemente, son meros soportes de signos significantes cuyos significados dependen, en gran medida, de las aportaciones de los lectores. Las palabras y las ideas enlatadas -igual que el atún- nos alimentan cuando las asimilamos, cuando, gracias a los jugos gástricos -de nuestras propias ideas y de las experiencias personales-, hacemos una buena digestión.
El mero traslado físico de las palabras a la mente del lector puede ser una aportación tan exigua, tan escasamente provechosa, como el transporte de un libro de una estantería a otra. Los libros pueden adornar una habitación y las palabras pueden decorar un discurso pero, si no están convertidos en sustancia propia, si no aumentan nuestra capacidad de interpretación de la realidad cotidiana, si no enriquecen nuestros recursos para resolver los problemas de la supervivencia y la potencia de nuestras luces para iluminar los conflictos de la convivencia, pueden llegar a ser, incluso, unos serios obstáculos para el bienestar humano posible.
Por eso, me permito insistir en que, en vez de leer muchos libros, hemos de leer mejor. Todos sabemos que el índice de compras de libros no expresa el nivel de lectura ni el número de páginas leídas corresponde al volumen de información asimilada. Hay quien, por ejemplo, lee el periódico como si fuera un listín telefónico, y una obra histórica como si fuera un periódico y una novela como si fuera una historia.
No advierten que cada género exige unas claves interpretativas y unas medidas valorativas diferentes. Opino que, en la campaña para la lectura, deberíamos insistir más en la calidad de la lectura que en su cantidad, y pienso que deberíamos orientar la promoción de ventas en la selección de obras más que en su acumulación. Por eso comprendo a María Antonia, que de la misma manera que periódicamente, regala a las bibliotecas públicas los libros que juzga que no volverá a releer.
Recuerdo el comentario que escuché a Fernando Quiñones: “Soy un lector y un escritor, pero no un bibliotecario, por eso me desprendo periódicamente de la mayoría de las obras que ya he leído”. Me atrevo a ir un poco más lejos: deberíamos, de vez en cuando, deshollinar nuestra memoria, para limpiarla de las telarañas mentales, de las ideas, de los pensamientos y de las convicciones que ya no nos sirven.
Una limpieza a fondo de la mente es tan aconsejable como el barrido que periódicamente hacemos de nuestros hogares; la higiene mental exige que desechemos esa información sobrante que nos aturde, nos bloquea y nos empacha. También el espíritu debe evacuar periódicamente las basuras y una de las funciones de la memoria es olvidar.

sábado, 26 de mayo de 2007

Leer literatura

Hay que ver lo difícil que es lograr que los alumnos descubran que el objetivo más importante de la Literatura es disfrutar con los alicientes de la lectura. Es cierto que la mayoría de las vocaciones literarias tienen su origen en los gérmenes que un buen profesor plantó gracias a su habilidad para descubrir los secretos misteriosos, las bellezas placenteras de la lectura concienzuda, plácida y grata de las obras maestras, pero también es verdad que otros muchos aborrecen la literatura como consecuencia de un erróneo planteamiento didáctico de esta asignatura. «Más que a leer -me confesaba con cierto malhumor un alumno- estamos aprendiendo la técnica de los taxidermistas».
Y es que, efectivamente- a veces les enseñamos a desmenuzar un texto, a retirarle la piel, a encontrar la médula, a seguir el curso de cada arteria y de cada vena, y hasta sacarle las entrañas, pero no siempre somos capaces de transmitirles unas fórmulas válidas para que la obra recobre la vida: no sabemos inculcarles la convicción de que leer no es sólo desmenuzar y reconstruir un texto sino, también, recrearlo y recrearse.
A mi juicio, deberíamos poner mayor énfasis para lograr que descubran, en primer lugar, el gusto por la soledad asumida y degustada como un bien que íntimamente les pertenece, como un aval de la paz de su espíritu, como un fruto interior que ellos pueden degustar provechosamente y disfrutar con la necesaria lucidez de quien sabe estar consigo mismo.
Para leer una obra, para entenderla y para contrastarla con nuestras vivencias personales, hemos de aprender a estar solos y en silencio. No debemos olvidar que la capacidad de comunicarnos -la esencia de la lectura- depende, en gran medida, de las posibilidades de aislarnos. A veces, hemos de sentir la necesidad de salirnos de la corriente del río y sentarnos en la orilla para observar los episodios desde fuera. Los acontecimientos se suceden, veloces y caóticos, y engendran remolinos contradictorios e incomprensibles.
  • Es preciso aprender a mirar -por debajo de la superficie- ese fondo submarino por donde todo discurre más despacio. Sólo de esta manera, será posible intentar captar la naturaleza profunda de la historia que estamos leyendo y viviendo.
  • En segundo lugar, hemos de advertir que escribimos y leemos con todo nuestro ser y con todas nuestras facultades: con el cuerpo y con el espíritu, con los sentidos, con las emociones, con la imaginación y con la razón.
  • Y, finalmente, hemos de reconocer que, en la Literatura, las cosas son siempre otras cosas: todos los seres son significantes portadores de significados múltiples.Deberíamos leer más pero, sobre todo, deberíamos leer mejor.
De esta manera ensancharíamos nuestra vida con ese mundo imaginario que nos ayuda a compensar la pobreza de la vida cotidiana. La existencia humana se enriquece cuando somos capaces de gozar de las creaciones del arte, de la pintura, de la escultura, de la música o de la literatura. Si pretendemos hacer ricos a nuestros alumnos, hemos de proponerles fórmulas para que disfruten de esas historias que nos estimulan las ganas de vivir y que han constituido el mejor método de la educación e, incluso, del bienestar psicológico y ético.

viernes, 25 de mayo de 2007

Lectura

Acepto la invitación para seguir profundizando y me atrevo a insistir en que la lectura -manantial, río y mar- es una de las actividades que más contribuyen a ensanchar, a profundizar y a elevar la vida humana:
  • nos proporciona un conocimiento supraindividual y nos abre unos caminos anchos, dilatados y divertidos;
  • nos descubren unas verdes avenidas, que nos acercan a la libertad verdadera; es un inagotable motor de superación personal y un mecanismo impulsor de cambios saludables y de ilusiones nutritivas;
  • es un lazo que liga el pasado con el presente y con el futuro e, incluso, es una práctica terapéutica que nos ayuda a reconciliarnos con nosotros mismos y nos empuja, amigablemente, a luchar para no ser presas prematuras de una muerte inevitable.
Los libros -monumentos y, simultáneamente, documentos- son veneros inagotables de desmesuradas esperanzas y de obstinadas nostalgias;
nos hacen sentir la realidad actual y desentrañar su misterio interno;
  • nos obligan para que no nos limitemos simplemente a transitar por la vida sino a que la examinemos detenidamente, para digerirla y para vivirla, y, además, nos descubre nuevos mundos;
  • nos relacionan con personas insólitas con las que, unas veces, nos identificamos o con las que, otras veces, por el contrario, discrepamos.
Son resortes desencadenantes de pasiones sin fin, símbolos de una realidad que nos trasciende y nos intriga; guías que nos orientan en la permanente búsqueda de nuestra identidad, acompañantes que nos llevan al reencuentro con nosotros mismos a través de los reflejos cambiantes en el espejo de los personajes insólitos; son retratos en movimiento que nos facilitan el reconocimiento de comportamientos nuestros.
La lectura nos estimula la reflexión sobre nuestro ser y sobre nuestro actuar, sobre nuestra realización humana y sobre nuestra trayectoria biográfica. Un buen libro nos educa el buen gusto y nos enseña a valorar lo bello. Leer de manera exigente y, al mismo tiempo, arbitraria, es la única forma de aprender a leer aprendiendo y disfrutando: nos hace tomar conciencia de nuestra existencia y estimula la capacidad crítica y racional que nos mantiene tensa esa inquietud por el crecimiento espiritual, por la palabra precisa y por la imagen bella, por la perfección estética que nace de la filosofía griega.
La lectura nos hace herederos de inmensas fortunas que superan toda nuestra limitada capacidad de disfrute. La lectura es la escuela más grata para la niñez, es el taller y el hogar más acogedor para el adulto y es el asilo más confortable para la vejez.
  • Es la flecha que dirige nuestros anhelos.
  • Es el arco que impulsa y concentra, en una armoniosa unidad, las múltiples voces de los personajes.
  • Es la voz que hace imposible el olvido y, por lo tanto, el silencio definitivo.
La lectura agrupa los mundos complementarios de la imaginación y de la realidad en el universo unificador de la palabra y, cuando es atenta, proporciona una felicidad más intensa, más honda, más completa y mejor repartida entre los hombres.
El libro, puente levadizo de encuentros y de desencuentros es una prueba de amor y de respeto: es el mejor regalo y la expresión más elocuente de gratitud y de afecto.

Leer

Los profesores y los alumnos que se sorprenden cuando escuchan que el objetivo común y último de todos los niveles y de todos los ámbitos de la enseñanza es la lectura, probablemente, no advierten que leer es una destreza compleja en la que intervienen diversos mecanismos y múltiples factores.
Leer palabras no es sólo deletrear grafemas sino, también, profundizar en los sucesos, adentrarse en uno mismo y, al mismo tiempo, acercarse a los otros; es escuchar y hablar; es ser otro sin dejar de ser uno mismo.
Pedro Salinas explica esta operación que, de manera especial, llevamos a cabo cuando leemos una obra literaria: «la lectura de un poema –afirma- nos saca de nuestro ser, nos separa de nuestro yo superficial, pero sólo para llevarnos a nuestro yo más profundo, para devolvernos a nuestro verdadero ser. Se trata de un viaje de ida y vuelta.
Porque, cuando leemos un poema que nos conmueve, el poeta se convierte en parte de nuestro ser y, al mismo tiempo, nuestras emociones se identifican con las suyas: lo que fue del poeta se hace nuestro».
Los teóricos nos dicen que leer es descifrar el significado de las palabras; es contextualizar la información que nos proporciona el texto y situar temporal, espacial y culturalmente los mensajes que nos transmite; es analizar los valores ideológicos, éticos y estéticos.
Nosotros insistimos en que leer es, además, disfrutar, es deleitarse, es gozar del placer estético. Pero hemos de reconocer que sólo podrán alcanzar este nivel placentero de la lectura aquellos lectores privilegiados a los que un profesor experto o una maestro eminente, además de fechas y de nombres propios, les eduque el gusto, les forme el paladar para saborear los placeres estéticos y les desarrolle la sensibilidad literaria, esa compleja facultad integradora que abarca la finura sensorial, la delicadeza sentimental y la agudeza reflexiva, las tres dimensiones diferentes de la belleza.
Aprender literatura, no lo olvidemos, es aprender a leer

Para qué escribo

Aprovecho esta oportunidad para responder a los lectores que, con curiosidad e interés, y de manera insistente y directa, me formulan una pregunta difícil de responder. Pretenden que les explique las razones por las que escribo.
En esta ocasión, plasmaré, de manera desordenada, más que las razones, las sensaciones que me empujan a dejar constancia de mis reflexiones y, sobre todo, los sentimientos que me estimulan para entrar en contacto directo con determinados lectores.
Hemos de partir del supuesto de que escribir es formular, de manera imprecisa e incompleta, las experiencias vividas, pero, además, es abrir puertas y ventanas: las puertas de la libertad y las ventanas de la solidaridad; es cruzar los puentes de la incomprensión; es hacer posible lo imposible; es efectuar el milagro de compartir la intimidad individual e intransferible; es una forma de perderse y de encontrarse; es crear lazos de amistad; es hacer partícipes a otros de las propias sensaciones, sentimientos y pensamientos.
Escribir es jugar a descubrirnos y a escondernos: es tratar de convertirnos en una especie de niños traviesos que jugamos para divertirnos. Sí, escribo para cometer travesuras obvias, inocentes y perdonables.Es declarar, con modestia, cómo vemos lo que otros no ven o ven de otra manera. Es una forma de no olvidarnos de lo más importante de nuestras vidas: del amor y de la amistad, de la ignorancia y de los temores, de la sabiduría y del arte.
Escribir es una forma de hacer que permanezcan inalteradas las experiencias vitales, sin que influyan en los mensajes los cambios que experimentados en nuestra voz y en nuestro rostro.
Escribir es una manera de curarnos, de recuperarnos, de vivir sin morir completamente. En los textos escritos queda algo -quizás lo más auténtico- de nosotros mismos. El ser más inesperado es uno mismo.
  • Escribo para explicarme y para hacer a los demás partícipes de mi vida, para confiarles los secretos más importantes.
  • Escribo para comprenderme a mí mismo y para que me comprendan los demás. Escribo para crear y para procrear.
  • Escribo para hablar con voces desconocidas.
  • Escribo para transmitir mensajes inimaginados. Para entrar en el alma de otros e influir en sus estados de ánimo; para inventar rostros.
  • Escribo para volar: el mundo no es mágico; lo hacemos mágico dentro de nosotros mismos; el misterio está dentro de nosotros: igual que la felicidad. Escribo para internarme en los pliegues invisibles de la intimidad de los otros; para ayudar a otros que pretenden entrar dentro de ellos mismos, para conservar y para ganar amigos, para enamorarme y para volverme a enamorar; para mostrarles a todos ustedes mi respeto y mi admiración.
Ahora mismo estoy leyendo unas declaraciones de Salvador Pániker en el acto de presentación de uno de sus libros: “escribir -afirma- es verbalizar las emociones, es digerir respuestas emocionales: yo escribo el diario para tenerme en pie porque hacerlo permite llevar a cabo una terapia cognitiva.

jueves, 24 de mayo de 2007

Sintonía escritora

Efectivamente -les repito a los sorprendidos lectores que me formulan la pregunta- ser escritor es algo más que ser redactor. Para redactar de manera correcta y clara, es suficiente que desarrollemos las destrezas del lenguaje escrito; que logremos el dominio de las normas ortográficas, de las reglas gramaticales y de las pautas léxicas. Pero, para que lleguemos a ser escritores, es necesario que estemos dotados, además de otras cualidades, de una singular capacidad de sintonía -mental, vital y práctica- con los lectores. La sintonía es la facultad de estar próximos, presentes y activos en la vida de nuestros interlocutores, y escribir, en el sentido más noble de esta palabra, es una manera eficaz de intervenir y de movilizarnos en favor de aquellos a los que comprendemos y con quienes consentimos. Por muchos procedimientos lingüísticos y por muchos recursos literarios que empleemos, no lograremos ser escritores si carecemos de una peculiar sensibilidad para comprender a los lectores, para identificarnos con sus expectativas, sus demandas y sus necesidades; para acoger sus ruegos e intuir sus preguntas no expresadas; para compartir sus esperanzas, sus alegrías, sus frustraciones y los problemas de sus vidas cotidianas. Hemos de ser capaces de encontrar a los acompañantes que buscan soluciones, y hemos de estar dispuestos a dialogar con los conciudadanos que experimentan, sobre todo, las punzadas de los dolores o las cuchilladas de las injusticias. Hemos de establecer con ellos lazos de relación y comunicación, y hemos de amarlos y de comprometernos con ellos física, psicológica y moralmente; hemos de desarrollar la capacidad -en una palabra- de servicio.Escribir no es sólo traducir en signos gráficos sonidos articulados, sino penetrar en el fondo de la mente de los lectores para sintonizar con sus vivencias y para entrar en comunión afectiva: para sentir con ellos y dejarnos afectar por sus sentimientos, poniéndonos en su lugar y asumiendo su situación. Al con-sentir con ellos, además de enriquecer nuestra propia humanidad, logramos saber qué pasa dentro de nosotros mismos e, incluso, conseguimos que nuestra escritura sea más auténtica y más transparente; al penetrar en la profundidad de su intimidad, de sus alegrías y de sus dolores, nos acercamos a nuestra intimidad.Estas son las razones por las que -sorprendido lector- defiendo que la escritura válida es el reverso de la escritura “narcisista”. El que escribe de sí mismo manifiesta esa inmadurez que esconde su lacerante duda de si es digno de ser amado y respetado. Por eso trata de deslumbrar a los demás: para decirse a sí mismo -sin acabar nunca de creérselo- que vale. Por ello es tan sensible a la desaprobación y tiene tanta dificultad para estar pendiente de los demás. El escritor narcisista intenta reflejarse en todo lo que dice, corriendo el peligro de ahogarse, como Narciso, en su propio estanque

Nuestra noción de "literatura"

Todos sabemos que escribir es plasmar, mediante signos gráficos, sonidos articulados que, enlazados de acuerdo con las normas de una determinada lengua, constituyen palabras, oraciones y frases, dotadas de significados y portadoras de mensajes. La escritura, efectivamente, es un soporte físico y visual de pensamientos, de sensaciones y de sentimientos. Gracias a la escritura podemos exteriorizar y contemplar, hasta cierto punto objetivado, lo más profundo de nuestras vivencias interiores.Aunque se suele repetir con ingenua seguridad que hemos de escribir como hablamos, nosotros opinamos que la escritura es una actividad lingüística diferenciada del lenguaje oral; es una tarea cuyo ejercicio exige el dominio de destrezas peculiares. Todos conocemos a eminentes hablantes que, a pesar de demostrar una notable habilidad en los discursos orales, evidencian una considerable torpeza en la elaboración de textos escritos: poseen buena voz y mala letra, pronuncian adecuadamente los sonidos pero cometen faltas de ortografía; construyen frases correctas cuando hablan y errores gramaticales cuando escriben; exhiben fluidez verbal cuando pronuncian conferencias y revelan pobreza léxica cuando redactan un artículo. Pero escribir es todo esto y mucho más: es, sobre todo, penetrar en el fondo oscuro del misterio de la propia conciencia, indagar el sentido de las aspiraciones humanas; identificar las cuestiones que inquietan a los lectores, despertar su interés vital acertar con los senderos que conducen a las capas profundas de sus entreveradas entrañas; conectar con sus sensibilidades; abrirles las puertas de su alma; inquietar y serenar los ánimos; preguntar y responder; plantear problemas y proponer soluciones; tocar el cuerpo material de las ideas y desvelar el espíritu de los objetos materiales. Escribir es pintar, esculpir y edificar; es, sobre todo, levantar puentes, trazar avenidas y abrir surcos por los que discurra la corriente fecunda de la vida.

miércoles, 23 de mayo de 2007

CAMPUSCREA






Campuscrea
Módulo de especialización


Definición
Lo primero que han de conocer los que se han inscrito en el Módulo de Especialización de Campuscrea es que no es sólo un taller de escritura. Hacemos esta advertencia previa para que, desde el primer momento, eviten una concepción estrecha de las actividades que en ella desarrollamos y, sobre todo, para que rechacen de manera categórica una noción simplista de la escritura que está en la base de esa convicción generalizada de que existen fórmulas mágicas y procedimientos rápidos de adquisición de las destrezas literarias.
Las expectativas de remedios milagrosas, no sólo se ven inmediatamente frustradas y originan abandonos, sino que, además, entorpecen el desarrollo de un proceso que es apasionante y divertido pero, también, arduo, lento y doloroso. Posee todas las características del crecimiento físico, de la maduración intelectual y de la educación de la sensibilidad artística.
La función de este Módulo, por lo tanto, no se limita a proporcionar técnicas, a dibujar pautas y a proponer recetas para redactar de manera correcta un texto, sino que, además, orienta y estimula la formación de profesionales que estén dispuestos a contemplar, analizar, valorar y crear la realidad. Escribir es una manera diferente de interpretar la vida, una forma crítica y profunda de ver y de recrear el mundo.

Objetivos
Las diferentes actividades del Módulo se apoyan, desde el principio, en una reflexión seria sobre la naturaleza de la literatura que estimula, orienta y fundamenta los procesos de lectura y de escritura. A partir de esta “teoría”, se propone alcanzar los siguientes objetivos concretos:

1. - Abrir un espacio de encuentro, de trasvase de informaciones, de contraste de opiniones, de reflexión y de debate sobre la lectura y sobre la escritura de textos periodísticos, ensayísticos y literarios de los diferentes géneros, estilos y corrientes.

2. - Proporcionar principios rigurosos, criterios válidos y pautas prácticas de lectura y de escritura de artículos de opinión y de composiciones literarias.

3. - Orientar y estimular la crítica rigurosa de obras literarias.

4. - Suministrar métodos, procedimientos y recursos variados que faciliten la escritura de obras de diferentes niveles, contenidos y estilos.


Método
Esta reflexión compartida se apoya en unos ejercicios escalonados que estimulan y encaminan una práctica progresiva de la lectura crítica y de la escritura creativa.

Nuestra concepción de la Literatura, por lo tanto, es vital, englobadora y totalizante. La definimos como “una manera más consciente, más intensa y más plena –más humana- de vivir la vida”. En consecuencia, partimos del supuesto de que los principios básicos de las diferentes Ciencias Humanas -en especial de la Lingüística, de la Semiótica, de la Antropología, de la Psicología y de la Sociología- constituyen una base sólida e imprescindible para la adquisición y para el desarrollo de las difíciles y complejas destrezas de la lectura y de la escritura.

Si nos apoyamos en esta fundamentación teórica, estaremos en condiciones de seleccionar y de aplicar los criterios de análisis diferentes desde las distintas perspectivas interpretativas y valorativas de los textos de distintas épocas, géneros y corrientes.

Trazaremos unas pautas claras que nos permitan generar unos hábitos que estimulen el disfrute de la lectura y el placer del comentario riguroso.

Ofreceremos unos modelos de identificación, presentaremos unas propuestas de ejercicios y unos programas de actividades que despierten el interés alcanzar textos de calidad y, para lograr este fin, estimularemos la preocupación por cuidar el matiz, la inquietud por la búsqueda del adjetivo oportuno y la voluntad de lograr el procedimiento más original y expresivo, en cada uno de los escritos.

A manera de ejemplo, adelantamos que, para lograr textos interesantes, amenos y originales, aplicaremos algunas técnicas para desbloquear la imaginación utilizando los recursos de la realidad y del absurdo, y pondremos en marcha algunos mecanismos que faciliten la práctica de la concentración, del recuerdo, de la sensación y de la experiencia.

Provocaremos la invención a partir de las relaciones de palabras, estrategias de sustitución, eliminación, ampliación, descentrando los textos, etc.


Miembros de Campuscrea
Aunque este Módulo posee una finalidad formativa, sus objetivos desbordan las funciones exclusivamente docentes. Desde el primer momento, manifestamos, al menos intencionalmente, una explícita voluntad de constituir un grupo relativamente homogéneo de escritores que participen en una concepción sólida y actual de la literatura, y una visión actual, crítica y comprometida de la existencia humana.

En consecuencia, pretendemos crear las condiciones para que los miembros se sientan identificados con la creación de un proyecto común y para que intervengan de una manera activa en la generación de un ambiente de comunicación y de un clima de colaboración.

Alumnas y alumnos universitarios de las distintas titulaciones, tanto de Ciencias como de Letras.
Profesoras y profesores de diferentes disciplinas y asignaturas.
Escritoras y escritores, comunicadoras y comunicadores.

Contenidos de cada sesión

- Definición y explicación de teorías sobre los lenguajes que se superponen y se cruzan en las obras literarias, sobre el proceso complejo de la lectura, sobre la crítica y la escritura.
- Descripción de técnicas, pautas, procedimientos y recursos.
- Lecturas de obras de los diferentes géneros
- Críticas de textos leídos.
- Escritura, lectura y autocrítica de textos propios.