martes, 29 de mayo de 2007

Literatura y vida

Corriendo el riesgo de banalizar nuestra propuesta, afirmamos que la literatura es una lectura profunda de la vida y la vida, si la vivimos de una manera intensa -más consciente, más plena y más humana- constituye una manera de hacer literatura.


Evitamos esa tentación de concebirla replegada en su esencia y encerrada en su torre de marfil. Creemos que la literatura se debe impregnar de esa realidad compleja, cambiante y polivalente que es la vida humana.

La base y el horizonte, el punto de partida y la meta son la averiguación sobre el sentido de la vida y la investigación sobre el significado de la existencia humana.
  • Por eso, detrás de todas las preguntas sobre la Literatura hemos de escuchar el clamor de la exasperación que nos cuestiona el sentido último de este “circo”, de esta “farsa” o de este “juego” de procedimientos: ¿es la literatura una broma o, por el contrario, un desafío?

    Nosotros ponemos especial énfasis en el hecho de que la literatura, además de estudiada y disfrutada, puede ser sentida, experimentada y vivida. El literato, por una senda diferente a la del filósofo o a la del asceta, camina hacia la búsqueda del sentido de la vida.

    Los tres son protagonistas y un poco artesanos de sus destinos y de sus caminos en el conjunto de su existencia. Por eso, a veces, sus vidas son más inspiradas y más elocuentes que sus textos. La vida tiene sentido para quienes toman su existencia en sus propias manos, para quienes hacen de ella, de algún modo, una obra literaria o, en general, una creación artística, en vez de abandonarse a sus ocupaciones vanas o fútiles.

    La vida queda transformada por la acción de las palabras y las palabras se transforman por la vida. El drama de la enseñanza de la Literatura durante cerca de un siglo ha sido la falta inicial de contacto entre el uso peculiar de los procedimientos lingüísticos y las palpitaciones reales de la vida concreta de los escritores y de los lectores:
  • la explícita despreocupación de esas vidas que eran aclaradas por las palabras y de esas palabras que, en cierta medida, alcanzaban sentido gracias a la vida, a la vida real y concreta del hombre o de la mujer reales y concretos.

    ¿Cómo hacer que las nociones literarias y la vida se entiendan? Descubriendo el espacio que la vida reserva para la literatura y el lugar que la literatura cede a la vida. Hemos de esforzarnos por mostrar el camino por el que la vida se acerca a la literatura; hemos de trabajar denodadamente por llenar el hueco, el abismo ya terriblemente abierto entre literatura y vida.

    Si aplicamos estas ideas al análisis de las obras literarias comprenderemos cómo cada género literario se diferencia de los otros, sobre todo, por el tipo de vida que ha dado origen. Hemos de partir del supuesto de que no se escribe por exigencias literarias sino por la necesidad que tiene la vida de expresarse, de explicarse y de comunicarse.

    En el origen común y más hondo de los géneros literarios está la necesidad que la vida tiene de dibujar unos seres diferentes de sí o de apresar criaturas huidizas y vidas alternativas.

    La literatura expresa y apresa la vida; revela sus entrañas en un doble y complementario movimiento: el de distanciamiento de sí y el de la búsqueda de un soporte que la sostenga y la aclare.

Su supuesto es, como el de toda salida -como le ocurre al filósofo o al asceta-, un profundo descontento y una aspiración esperanzada: el descontento de lo que todavía somos y la aspiración de lo que pretendemos ser. Sin un profundo descontento, no saldríamos de nosotros mismos.

La aventura es, efectivamente, una de las claves que explican nuestras inquietudes, nuestros esfuerzos y nuestros sufrimientos. La aspiración esperanzada nace del descubrimiento de la posibilidad de que alguien escuche nuestra voz y lea nuestros textos.

Nuestras palabras son gritos que tratan de encontrar un interlocutor atento. El lenguaje, aún el más irracional, el llanto mismo, nace ante un posible oyente que lo recoja con respeto y lo interprete con interés. Opino que la mejor manera de apoyar su fecundidad y de asegurar su supervivencia es la de ayudarle a salir de sí misma.

La literatura nos ofrece una senda por la que nos salimos de nosotros mismos para situarnos ante algo que pretendemos asimilar, ante alguien con quien queremos convivir y, sobre todo, ante la vida humana que, simplemente, estamos dispuestos a vivir.

La literatura nos sirve para acercarnos y para alejarnos de la realidad, para penetrar en nuestro interior y para contemplarnos desde fuera. Nos hace -pensar y reflexionar, -sentir y emocionarnos, - disfrutar y sufrir, -llorar y reír, -y, en cierta medida, nos puede ayudar para que humanicemos nuestras relaciones, -aunque a veces la usemos para deshumanizar la sociedad.
La literatura nos puede ayudar a defendernos
  • de los ataques de la vulgaridad estética de la sociedad y de la brutalidad política de los poderosos,
  • de la ordinariez ambiental y de la crueldad institucional.
El origen común y más hondo de los géneros literarios, nace en la necesidad que la vida humana siente de expresarse o, dicho de una manera más concreta, se origina en ese ansia honda que, a veces experimentamos, de dibujar unos seres que, parecidos o diferentes a nosotros, expresen nuestras recónditas aspiraciones.
Principios teóricos
En nuestro análisis emplearemos sólo cuatro principios que, apropiándonos indebidamente de una nomenclatura filosófica, podríamos denominar
  • “principio de identidad”,
  • “principio de contradicción”,
  • “principio de transferencia” y
  • “principio de contigüidad”.
Principio de identidad
Las obras maestras constituyen las pruebas de que la literatura es la vida. La literatura es una manera de vivir, es la misma realidad o, al menos, una manera de la realidad. Las dos figuras de la novela son símbolos poéticos en los que se refleja el diálogo de un alma con la existencia humana.
La vida humana es la asunción y la superación de una esencial paradoja: la vida se define por la muerte y la muerte por la vida; la literatura es la constatación de la paradoja humana: un puro misterio de contradicción.
Principio de contradicción
La razón profunda de la sorpresa que nos generan estas obras literarias es la fuerza con la que muestran esa contradicción vital como, por ejemplo, la lucidez de la locura, la verdad y el engaño, la belleza y la fealdad, la bondad y la maldad. Desde esta perspectiva podemos afirmar que el procedimiento fundamental y permanentemente presente en todas las creaciones literarias es la paradoja.
Principio de transferencia
La función de la inteligencia humana y, por lo tanto, de su instrumento fundamental, el lenguaje, es dotar a todos los objetos, movimientos y acciones, de significados: su papel consiste en transformarlos en significantes portadores de diferentes significados.
Mediante esta operación específicamente humana hacemos que una cosa sea otra cosa; la literatura es el instrumento con el que explicamos el poder humano para mostrar cómo las realidades se hacen humanas cambiando de naturaleza y de funciones: las palabras se convierten en cuchillos y los cuchillos en palabras.
Los molinos, por ejemplo, son, efectivamente, gigantes y Aldonza es una encantadora princesa. Rescatamos así el valor de la “imagen” -comparación, metáfora- como factor decisivo en la constitución y en la definición de la literatura de todos los tiempos y de los diferentes géneros, corrientes y estilos.

Las palabras vacías

En nuestra práctica cotidiana de la conversación podemos comprobar cómo las palabras son unos recipientes amplios que, como si fueran cocteleras trasparentes, cada interlocutor, al pronunciarlas o al escucharlas, las llenan y las vacían permanentemente de diversos significados personales.
El valor de las palabras depende, en gran medida, de la huella afectiva que le produce al que la emplea la realidad a la que aquélla se refiere. Las múltiples experiencias de los hablantes y las diferentes circunstancias que concurren en sus vidas, determinan que los objetos, los sucesos y las palabras que a ellos se refieren, se tiñan de colores, adquieran sabores y provoquen resonancias sentimentales que, no lo olvidemos, constituyen el fundamento más profundo de sus juicios, de sus actitudes y de sus comportamientos.
Las palabras las vivimos o las malvivimos, nos nutren o nos enferman.Las palabras poseen un fondo permanente, que es el que figura en los diccionarios, pero, además, se llenan de esos otros significados emocionales que son mucho más importantes y más poderosos.
Son valores que los enriquecen y los convierten en eficaces instrumentos de la construcción y de la destrucción del cada ser humano y de la sociedad.
  • ¿Qué sentido tienen, por ejemplo, las palabras “mar”, “río”, “montaña”, “valle”, “hombre”, “mujer”, “niño”, “anciano”, “amor” u “odio”?

  • ¿No es cierto que las palabras, poseen unos sentidos diferentes que se los damos los hablantes y los oyentes, cuando establecemos la comunicación, cuando integrándolas en la cadena de un discurso, las usamos como vehículos para transmitir nuestras ideas, nuestras sensaciones o nuestros sentimientos, como vínculos para unirnos, como látigos para agredir o como pistola para matar?
La palabra “mar” no significa lo mismo pronunciada por un pescador de Barbate, por un pasajero de un trasatlántico de lujo o por un cordobés que veranea en Conil de la Frontera. Los vocablos, efectivamente, no están completamente llenos hasta que los pronunciamos y los escuchamos.
Es entonces cuando las palabras adquieren sustancia humana, calor vital y vibración emocional, de la misma manera que las cuerdas de una guitarra sólo expresan sensaciones, sólo transmiten sentimientos, cuando unos dedos maestros las acarician.
Pero también es verdad que algunas palabras pueden estar vacías, son las que carecen de contenido humano: no nos hieren, no nos envenenan ni nos matan, pero nos aburren, nos hastían y pueden hartarnos, enojarnos e irritarnos.
Son canales de meras flatulencias que, quizás, desahogan a los que las emiten, pero nos aburren a quienes las escuchamos. Las palabras, para que sean humanas, han de estar vivas, han de latir y tener temperatura. Hablamos y escribimos con experiencias y con imágenes, más que con gramáticas y con diccionarios.