sábado, 20 de junio de 2009

Añoveros

Añoveros
José Antonio Hernández Guerrero

El 13 de junio, hace exactamente cien años, nació Antonio Añoveros, un hombre apacible, esperanzado y valiente, que se empeñó en explicar el Evangelio con palabras claras y que decidió vivirlo de una manera coherente. Es comprensible que esa claridad y esa coherencia provocaran la mayor crisis entre la Iglesia Católica y el régimen franquista agonizante. ¿Cuál hubiera sido - nos preguntamos- su actitud en el seno de la actual Conferencia Episcopal?
Al conmemorar este centenario recordamos su paso como Obispo Coadjutor -1954-1964-, y residencial -1964-1971-, en la Diócesis de Cádiz y Ceuta. Aunque es normal que la mayoría de los medios de comunicación fijen su atención en la acción pastoral que Añoveros desarrolló en la delicada Diócesis de Vizcaya, debido a la reacción desproporcionada del Gobierno de Franco por aquella pastoral que, publicada en 1974, hacía un llamamiento para que se reconociera la identidad cultural y lingüística del pueblo vasco, nosotros preferimos resaltar las dimensiones de su talla humana y la calidad de su compromiso evangélico.
En mi opinión, la palabra “cercanía” resume acertadamente la rica personalidad de este obispo que, en vez de padre, prefirió ser hermano y amigo. Su proximidad al pueblo y su contacto vivo con las gentes constituían, además del resultado visible de sus cualidades naturales y de sus virtudes pacientemente trabajadas, la explicación más clara de su lectura del Evangelio. Su cariño, su humanidad, su cortesía, su permanente disposición para oír era su traducción literal de su profunda fe en las palabras de Jesús de Nazaret. Por eso se sentía a gusto en la calle conversando con sus gentes.
El Evangelio -repetía con frecuencia- no sólo es un contenido, sino también un estilo. Por eso se esforzó en sustituir todos los símbolos de poder, de dominio, de grandeza, de dignidad, de lujo, de importancia, de brillo y de riqueza. Por eso, prefirió vivir en un apartamento, viajar en tren, vestir el color negro y cubrirse su calva con la boina.
Progresivamente fue pasando del sermón a la homilía, a la plática, al coloquio, al diálogo y a la conversación. Los términos abstractos -"salvación", "abnegación", "esperanza"...- se convirtieron en palabras concretas: hablaba del vecino de al lado, del sueldo injusto, de la vivienda insuficiente, del campo abandonado. Su público interlocutor se fue reduciendo hasta encontrar a la persona. "Es ahí donde tenemos que sembrar", "ahí donde se sufre y se disfruta", "donde se ama y se odia", "donde se cree y se espera".
Si Juan XXIII fue un "Papa-Obispo", Añoveros fue un "Obispo-Párroco” que visitaba las viviendas, que paseaba por las calles; que entraba y salía, que, con mirada amorosa y crítica, escuchaba atentamente y, después, aconsejaba. Si el episcopado de muchos de los obispos de aquellos tiempos se caracterizaba por su carácter disciplinario, el de Añoveros se definió por su dimensión pastoral. El principio en el que apoyaba toda su doctrina -esquemática y clara- y el criterio -flexible y cambiante- que orientaba sus tareas y determinaba la validez de sus actividades episcopales eran eminentemente apostólicos entendiendo por tal la atención a las demandas reales y la respuesta evangélica a las necesidades concretas de los fieles, de los necesitados y marginados de las Diócesis de Cádiz y Ceuta.

lunes, 8 de junio de 2009

Los libros están hechos de palabras, pero nuestra vida también. Ser hombre es vivir en el lenguaje, recibir esos dones que, en gran parte, se confunden con las palabras. Stéphane Mallarmé dijo que el mundo se creó para culminar en un hermoso libro, y vivimos tratando que nuestra vida se transforme en una historia que merezca la pena escuchar.
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El amor es una esperiencia así. Transcurre en el mundo, es una experiencia que pertenece a campo de lo real, pero a la vez es una experiencia poética. Los momentos más intensos de nuestra vida tienen una naturaleza doble: suceden a la vez en el mundo real y en el de los sueños. La única manera de escapar a la literatura es dejar vivir o tener una vida vulgar.
Gustavo Martín Garzo.