viernes, 25 de mayo de 2007

Leer

Los profesores y los alumnos que se sorprenden cuando escuchan que el objetivo común y último de todos los niveles y de todos los ámbitos de la enseñanza es la lectura, probablemente, no advierten que leer es una destreza compleja en la que intervienen diversos mecanismos y múltiples factores.
Leer palabras no es sólo deletrear grafemas sino, también, profundizar en los sucesos, adentrarse en uno mismo y, al mismo tiempo, acercarse a los otros; es escuchar y hablar; es ser otro sin dejar de ser uno mismo.
Pedro Salinas explica esta operación que, de manera especial, llevamos a cabo cuando leemos una obra literaria: «la lectura de un poema –afirma- nos saca de nuestro ser, nos separa de nuestro yo superficial, pero sólo para llevarnos a nuestro yo más profundo, para devolvernos a nuestro verdadero ser. Se trata de un viaje de ida y vuelta.
Porque, cuando leemos un poema que nos conmueve, el poeta se convierte en parte de nuestro ser y, al mismo tiempo, nuestras emociones se identifican con las suyas: lo que fue del poeta se hace nuestro».
Los teóricos nos dicen que leer es descifrar el significado de las palabras; es contextualizar la información que nos proporciona el texto y situar temporal, espacial y culturalmente los mensajes que nos transmite; es analizar los valores ideológicos, éticos y estéticos.
Nosotros insistimos en que leer es, además, disfrutar, es deleitarse, es gozar del placer estético. Pero hemos de reconocer que sólo podrán alcanzar este nivel placentero de la lectura aquellos lectores privilegiados a los que un profesor experto o una maestro eminente, además de fechas y de nombres propios, les eduque el gusto, les forme el paladar para saborear los placeres estéticos y les desarrolle la sensibilidad literaria, esa compleja facultad integradora que abarca la finura sensorial, la delicadeza sentimental y la agudeza reflexiva, las tres dimensiones diferentes de la belleza.
Aprender literatura, no lo olvidemos, es aprender a leer