Evitamos esa tentación de concebirla replegada en su esencia y encerrada en su torre de marfil. Creemos que la literatura se debe impregnar de esa realidad compleja, cambiante y polivalente que es la vida humana.
La base y el horizonte, el punto de partida y la meta son la averiguación sobre el sentido de la vida y la investigación sobre el significado de la existencia humana.
- Por eso, detrás de todas las preguntas sobre la Literatura hemos de escuchar el clamor de la exasperación que nos cuestiona el sentido último de este “circo”, de esta “farsa” o de este “juego” de procedimientos: ¿es la literatura una broma o, por el contrario, un desafío?
Nosotros ponemos especial énfasis en el hecho de que la literatura, además de estudiada y disfrutada, puede ser sentida, experimentada y vivida. El literato, por una senda diferente a la del filósofo o a la del asceta, camina hacia la búsqueda del sentido de la vida.
Los tres son protagonistas y un poco artesanos de sus destinos y de sus caminos en el conjunto de su existencia. Por eso, a veces, sus vidas son más inspiradas y más elocuentes que sus textos. La vida tiene sentido para quienes toman su existencia en sus propias manos, para quienes hacen de ella, de algún modo, una obra literaria o, en general, una creación artística, en vez de abandonarse a sus ocupaciones vanas o fútiles.
La vida queda transformada por la acción de las palabras y las palabras se transforman por la vida. El drama de la enseñanza de la Literatura durante cerca de un siglo ha sido la falta inicial de contacto entre el uso peculiar de los procedimientos lingüísticos y las palpitaciones reales de la vida concreta de los escritores y de los lectores: - la explícita despreocupación de esas vidas que eran aclaradas por las palabras y de esas palabras que, en cierta medida, alcanzaban sentido gracias a la vida, a la vida real y concreta del hombre o de la mujer reales y concretos.
¿Cómo hacer que las nociones literarias y la vida se entiendan? Descubriendo el espacio que la vida reserva para la literatura y el lugar que la literatura cede a la vida. Hemos de esforzarnos por mostrar el camino por el que la vida se acerca a la literatura; hemos de trabajar denodadamente por llenar el hueco, el abismo ya terriblemente abierto entre literatura y vida.
Si aplicamos estas ideas al análisis de las obras literarias comprenderemos cómo cada género literario se diferencia de los otros, sobre todo, por el tipo de vida que ha dado origen. Hemos de partir del supuesto de que no se escribe por exigencias literarias sino por la necesidad que tiene la vida de expresarse, de explicarse y de comunicarse.
En el origen común y más hondo de los géneros literarios está la necesidad que la vida tiene de dibujar unos seres diferentes de sí o de apresar criaturas huidizas y vidas alternativas.
La literatura expresa y apresa la vida; revela sus entrañas en un doble y complementario movimiento: el de distanciamiento de sí y el de la búsqueda de un soporte que la sostenga y la aclare.
Su supuesto es, como el de toda salida -como le ocurre al filósofo o al asceta-, un profundo descontento y una aspiración esperanzada: el descontento de lo que todavía somos y la aspiración de lo que pretendemos ser. Sin un profundo descontento, no saldríamos de nosotros mismos.
La aventura es, efectivamente, una de las claves que explican nuestras inquietudes, nuestros esfuerzos y nuestros sufrimientos. La aspiración esperanzada nace del descubrimiento de la posibilidad de que alguien escuche nuestra voz y lea nuestros textos.
Nuestras palabras son gritos que tratan de encontrar un interlocutor atento. El lenguaje, aún el más irracional, el llanto mismo, nace ante un posible oyente que lo recoja con respeto y lo interprete con interés. Opino que la mejor manera de apoyar su fecundidad y de asegurar su supervivencia es la de ayudarle a salir de sí misma.
La literatura nos ofrece una senda por la que nos salimos de nosotros mismos para situarnos ante algo que pretendemos asimilar, ante alguien con quien queremos convivir y, sobre todo, ante la vida humana que, simplemente, estamos dispuestos a vivir.
- de los ataques de la vulgaridad estética de la sociedad y de la brutalidad política de los poderosos,
- de la ordinariez ambiental y de la crueldad institucional.
- “principio de identidad”,
- “principio de contradicción”,
- “principio de transferencia” y
- “principio de contigüidad”.