viernes, 25 de mayo de 2007

Lectura

Acepto la invitación para seguir profundizando y me atrevo a insistir en que la lectura -manantial, río y mar- es una de las actividades que más contribuyen a ensanchar, a profundizar y a elevar la vida humana:
  • nos proporciona un conocimiento supraindividual y nos abre unos caminos anchos, dilatados y divertidos;
  • nos descubren unas verdes avenidas, que nos acercan a la libertad verdadera; es un inagotable motor de superación personal y un mecanismo impulsor de cambios saludables y de ilusiones nutritivas;
  • es un lazo que liga el pasado con el presente y con el futuro e, incluso, es una práctica terapéutica que nos ayuda a reconciliarnos con nosotros mismos y nos empuja, amigablemente, a luchar para no ser presas prematuras de una muerte inevitable.
Los libros -monumentos y, simultáneamente, documentos- son veneros inagotables de desmesuradas esperanzas y de obstinadas nostalgias;
nos hacen sentir la realidad actual y desentrañar su misterio interno;
  • nos obligan para que no nos limitemos simplemente a transitar por la vida sino a que la examinemos detenidamente, para digerirla y para vivirla, y, además, nos descubre nuevos mundos;
  • nos relacionan con personas insólitas con las que, unas veces, nos identificamos o con las que, otras veces, por el contrario, discrepamos.
Son resortes desencadenantes de pasiones sin fin, símbolos de una realidad que nos trasciende y nos intriga; guías que nos orientan en la permanente búsqueda de nuestra identidad, acompañantes que nos llevan al reencuentro con nosotros mismos a través de los reflejos cambiantes en el espejo de los personajes insólitos; son retratos en movimiento que nos facilitan el reconocimiento de comportamientos nuestros.
La lectura nos estimula la reflexión sobre nuestro ser y sobre nuestro actuar, sobre nuestra realización humana y sobre nuestra trayectoria biográfica. Un buen libro nos educa el buen gusto y nos enseña a valorar lo bello. Leer de manera exigente y, al mismo tiempo, arbitraria, es la única forma de aprender a leer aprendiendo y disfrutando: nos hace tomar conciencia de nuestra existencia y estimula la capacidad crítica y racional que nos mantiene tensa esa inquietud por el crecimiento espiritual, por la palabra precisa y por la imagen bella, por la perfección estética que nace de la filosofía griega.
La lectura nos hace herederos de inmensas fortunas que superan toda nuestra limitada capacidad de disfrute. La lectura es la escuela más grata para la niñez, es el taller y el hogar más acogedor para el adulto y es el asilo más confortable para la vejez.
  • Es la flecha que dirige nuestros anhelos.
  • Es el arco que impulsa y concentra, en una armoniosa unidad, las múltiples voces de los personajes.
  • Es la voz que hace imposible el olvido y, por lo tanto, el silencio definitivo.
La lectura agrupa los mundos complementarios de la imaginación y de la realidad en el universo unificador de la palabra y, cuando es atenta, proporciona una felicidad más intensa, más honda, más completa y mejor repartida entre los hombres.
El libro, puente levadizo de encuentros y de desencuentros es una prueba de amor y de respeto: es el mejor regalo y la expresión más elocuente de gratitud y de afecto.

Leer

Los profesores y los alumnos que se sorprenden cuando escuchan que el objetivo común y último de todos los niveles y de todos los ámbitos de la enseñanza es la lectura, probablemente, no advierten que leer es una destreza compleja en la que intervienen diversos mecanismos y múltiples factores.
Leer palabras no es sólo deletrear grafemas sino, también, profundizar en los sucesos, adentrarse en uno mismo y, al mismo tiempo, acercarse a los otros; es escuchar y hablar; es ser otro sin dejar de ser uno mismo.
Pedro Salinas explica esta operación que, de manera especial, llevamos a cabo cuando leemos una obra literaria: «la lectura de un poema –afirma- nos saca de nuestro ser, nos separa de nuestro yo superficial, pero sólo para llevarnos a nuestro yo más profundo, para devolvernos a nuestro verdadero ser. Se trata de un viaje de ida y vuelta.
Porque, cuando leemos un poema que nos conmueve, el poeta se convierte en parte de nuestro ser y, al mismo tiempo, nuestras emociones se identifican con las suyas: lo que fue del poeta se hace nuestro».
Los teóricos nos dicen que leer es descifrar el significado de las palabras; es contextualizar la información que nos proporciona el texto y situar temporal, espacial y culturalmente los mensajes que nos transmite; es analizar los valores ideológicos, éticos y estéticos.
Nosotros insistimos en que leer es, además, disfrutar, es deleitarse, es gozar del placer estético. Pero hemos de reconocer que sólo podrán alcanzar este nivel placentero de la lectura aquellos lectores privilegiados a los que un profesor experto o una maestro eminente, además de fechas y de nombres propios, les eduque el gusto, les forme el paladar para saborear los placeres estéticos y les desarrolle la sensibilidad literaria, esa compleja facultad integradora que abarca la finura sensorial, la delicadeza sentimental y la agudeza reflexiva, las tres dimensiones diferentes de la belleza.
Aprender literatura, no lo olvidemos, es aprender a leer

Para qué escribo

Aprovecho esta oportunidad para responder a los lectores que, con curiosidad e interés, y de manera insistente y directa, me formulan una pregunta difícil de responder. Pretenden que les explique las razones por las que escribo.
En esta ocasión, plasmaré, de manera desordenada, más que las razones, las sensaciones que me empujan a dejar constancia de mis reflexiones y, sobre todo, los sentimientos que me estimulan para entrar en contacto directo con determinados lectores.
Hemos de partir del supuesto de que escribir es formular, de manera imprecisa e incompleta, las experiencias vividas, pero, además, es abrir puertas y ventanas: las puertas de la libertad y las ventanas de la solidaridad; es cruzar los puentes de la incomprensión; es hacer posible lo imposible; es efectuar el milagro de compartir la intimidad individual e intransferible; es una forma de perderse y de encontrarse; es crear lazos de amistad; es hacer partícipes a otros de las propias sensaciones, sentimientos y pensamientos.
Escribir es jugar a descubrirnos y a escondernos: es tratar de convertirnos en una especie de niños traviesos que jugamos para divertirnos. Sí, escribo para cometer travesuras obvias, inocentes y perdonables.Es declarar, con modestia, cómo vemos lo que otros no ven o ven de otra manera. Es una forma de no olvidarnos de lo más importante de nuestras vidas: del amor y de la amistad, de la ignorancia y de los temores, de la sabiduría y del arte.
Escribir es una forma de hacer que permanezcan inalteradas las experiencias vitales, sin que influyan en los mensajes los cambios que experimentados en nuestra voz y en nuestro rostro.
Escribir es una manera de curarnos, de recuperarnos, de vivir sin morir completamente. En los textos escritos queda algo -quizás lo más auténtico- de nosotros mismos. El ser más inesperado es uno mismo.
  • Escribo para explicarme y para hacer a los demás partícipes de mi vida, para confiarles los secretos más importantes.
  • Escribo para comprenderme a mí mismo y para que me comprendan los demás. Escribo para crear y para procrear.
  • Escribo para hablar con voces desconocidas.
  • Escribo para transmitir mensajes inimaginados. Para entrar en el alma de otros e influir en sus estados de ánimo; para inventar rostros.
  • Escribo para volar: el mundo no es mágico; lo hacemos mágico dentro de nosotros mismos; el misterio está dentro de nosotros: igual que la felicidad. Escribo para internarme en los pliegues invisibles de la intimidad de los otros; para ayudar a otros que pretenden entrar dentro de ellos mismos, para conservar y para ganar amigos, para enamorarme y para volverme a enamorar; para mostrarles a todos ustedes mi respeto y mi admiración.
Ahora mismo estoy leyendo unas declaraciones de Salvador Pániker en el acto de presentación de uno de sus libros: “escribir -afirma- es verbalizar las emociones, es digerir respuestas emocionales: yo escribo el diario para tenerme en pie porque hacerlo permite llevar a cabo una terapia cognitiva.